Empezó desesperada a buscar a ese propaganda boy, quería ver sus ojos, quería ver su rostro. Empezó a formular varias preguntas en su mente para él: ¿Por cuánto dinero aceptaste vender tu boca, tu espíritu, tu dignidad, tu orgullo, Modesto? ¿Por cuánto?
¡Por favor! Dime que esta fue tu última opción, por que la siguiente sería robar o secuestrar, y te parecía menos grave.
De repente, Cristina se encontraba en el mostrador de las salchichas selectas, de los jamones gigantescos envueltos de conservadores calculadoramente ordenados de mayor precio a menor.
No vio a ningún hombre con labios provocadores, ni a las mujeres haciendo fila para ello. Al contario, ella se situaba sola, en esa helada sección pero, en unos segundos se levantó una masa de carne viviente, envuelta de un monocromático y aburrido uniforme. Una cara llena de granos y ventanas oscuras, por las prolongadas horas de cubrir 24 x 24 horas, una nariz pequeña y unos labios morados acompañados de unos increíblemente separados dientes. Era él, el repartidor de besos, él de las promociones, el propaganda boy, Modesto.
Ella parecía más confundida que cuando lo estaba, en su desesperación de plasmar sus ideas. Quedó estupefacta, y él, intentó mirarla con dulzura. Ella agachó la mirada, y la fijó en la etiqueta de Súper salchichas.----¿ Qué va llevar? ¿Viene por la promoción 2 x 1 de salchichas El Modesto?
Cristina era como tú, como yo. No era extraordinaria, ni diferente, ni única. Y si alguna vez creyó sentirse de una raza superior con intelecto elevado comparada con sus contemporáneos, ella solo se engañaba. Sus ideas eran manipuladas, por el cuarto, tercero, segundo, primer poder. Era esclava de su propia mente, nunca podría impartir justicia. Ella también creía en los paradigmas impuestos por la belleza hollywoodense, creyó que Modesto era bello, alto, blanco, se envolvió en el morbo de encontrar a esa persona perfecta haciendo publicidad gracias a sus dotes. Y el hecho, no es que le pareciera sorprendente, sino más bien, Cristina estaba agotada de ver tanta publicidad en todas partes que le parecía repugnante, que hasta para vender salchichas y jamones, está, utilizará el repartimiento de besos. Pero ,nunca imaginó encontrarse a una albóndiga abrupta repartiéndolos, eso sí era una arbitrariedad. Según ella, según tú, según yo. !Noooooo!Seguimos sin grandes ideas, somos lo mismo, esclavos de ellos.
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