02 octubre 2009

EL AUTOBÚS. ( POR: Marcela Dávila)


Engaño… engaño creer que mirar al pasado no es cerrar los ojos al presente y dejar que los segundos se vayan en vano… engaño el de creer que se puede mirar lo que existe más allá de la niebla espesa y oscura… engaño no confiar… engaño no olvidar… engaño de la vida, engaño de uno mismo, engaño que engaña al subconsciente, que penetra y aprisiona…

Engañarse es dejar de soñar para recordar con el propósito de vivir en el recuerdo, abrir los ojos es dejar de ocultarse bajo las sábanas ya frías y salir a respirar el aire que yace afuera… y de facto vivir, así que de esta forma arrojo mi temor y estoy lista para dar el paso, sea cual fuere…

Y ella terminó de redactar estas palabras en una carta dirigida a su amiga, cerró el sobre y tras sentir el añejo sabor de una estampilla filatélica que llevaba años conservando en un cajón, tras haber sido regalo de un viejo amor, arrojó sus letras ahora inmortales, a un destino en concreto. El sobre blanco con letras negras que viajaría primero en manos de un responsable del Servicio Postal Canadiense, después en un avión con destino a México para terminar el recorrido en una oficina de correos en algún lugar de la República, en el bolso de cuero de algún cartero en bicicleta para que su amiga pudiere abrir el buzón un par de semanas después y leer su contenido.

Pensó todo esto brevemente, mientras se alejaba del buzón, era una noche agradable recién entrado el Otoño; habría unos dos grados Celsius en el ambiente y un viento que le arrebataba la bufanda de rayas azules del cuello… corrió a la parada del autobús con la esperanza de que a esa hora aún alcanzaría un transporte para volver a casa. Se había demorado escribiendo en la biblioteca de la escuela aquellas letras de libertad y ahora esperaba paciente de pie en la caseta de la parada, pegando su espalda al cristal para tratar de mantenerse a temperatura.

Engaño no soltar el tiempo ya vivido… eso es vivir en todo tiempo en el engaño… Repetía en su mente las líneas de las cuales su mano derecha aún podía sentir el calor tras haberlas plasmado en el papel… De pronto un viento fuerte le arrancó los pensamientos y trajo consigo una lluvia de hojas que la hizo salir de la caseta y cerrar los ojos para sentir una vez más la caricia dorada que había traído el otoño, una caricia nueva alejada de todo recuerdo.

De pronto una voz interrumpió el suspiro con el cual recibía la brisa helada cubierta de hojas y al levantar la mirada para conocer su origen, unos ojos verdes se interpusieron en su camino, sin conocer bien el origen del extraño o la razón que en ese instante lo traía a su camino, supo que cualquiera que esta fuera, representaba una nueva etapa de su existencia y el viento se había llevado sus recuerdos con el verano que se acababa de marchar. Tras estrechar manos, abordaron el autobús número 8 con destino a Abotsfield. Ya no eran dos extraños...

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