02 septiembre 2009

RENACER - (Por: Marcela Dávila)


La tenue luz se filtraba por las ventanas del sótano en el que vivía y la mañana le devolvía el aliento.

Hojas que caen en el río… y la luz fluorescente de su cause le recordaba otros tiempos lejanos. Dispuesta a dejarlos atrás, había caminado hasta la orilla, cruzando el sendero que le llevaba al otro lado de la colina y en el bolsillo guardaba las últimas letras de esos días y de los pasos.

Temores, rencores, tristezas y lágrimas sin llorar se habían traducido en el asma que asechaba al final del día y que estaba cansada de encontrar noche tras noche, a lo largo de los últimos años.

La última cosa que podía recordar a cerca del mundo era que tenía miedo y la última cosa que podía recordar a cerca del miedo, era un rincón oscuro de su habitación de la infancia, en donde su mente imaginaba figuras que se tornaban en monstruos y fantasmas listos para atacar y que desaparecían en cuanto la luz del día llegaba. Consciente de ello y cansada de enfrentar a la vida con temor, despertó ese día con la determinación suficiente para juntar los pedazos de ese pasado en una caja de la que tenía la certeza de deshacerse.

Y ahí estaba ahora, decidida a creer en las emociones del presente sin reparar en los recuerdos y desafiar la realidad tal cual era, instante tras instante, introdujo una mano en su bolsillo y con la correcta determinación, extrajo la caja en la que portaba todo aquello que la había atemorizado en los últimos años…

Se inclinó un poco y la depositó en el agua, pronto, una sensación de ligereza y alivio volvió hacia sí. Vio alejarse en la corriente su pasado y, aunque con un poco de nostalgia, dio media vuelta y tras echar el último vistazo, partió andando por la colina hacia un prometedor encuentro consigo misma

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