
Lancelot, caballero armado de los templarios, cuyos ojos han visto tierras lejanas. Lancelot, has puesto tu mirada en una princesa, dejaste tu armadura delante de ella, dispusiste espada y voluntad a sus servicios. Es tan extraño el sentimiento que se vuelve adicción, obsesión por su perfume y tu aliento tocando sus labios color carmín.
El tiempo deja de correr en su presencia; Lancelot, sus órdenes se convierten en tus deseos. Es incuestionable la decisión de ofrecer tu vida por un roce de su piel y que el pensamiento evoque tu nombre en suspiros y sueños.
Es muy extraño: mientras más te adentras en la sensación de servirle, en el sentimiento de complacerla menos quieres salir, aunque sabes perfectamente que entras en un laberinto y que en cualquier esquina puede estar el minotauro dispuesto a devorarte.
Lancelot, te pones tu armadura de gala sabiendo que a ella le gusta verte así, se acercan y ella toma tu mano… te arrodillas frente a ella.
- Princesa ¿puedo besarte?
- No lo se.
Lancelot la besa lentamente recorriendo su piel con las manos. De lo lento el beso se torna apasionado, ansioso y el mundo simplemente deja de existir por unos instantes.
Muy bonito.
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