20 agosto 2009

ESPERA - (por: Blanca Dayanne Castro)


Ella no se despega ni un momento de la ventana, así esté llena de rocío matutino o de la lluvia que cae en otoño.
Nunca sabremos su nombre, siempre de espalda a la humanidad sólo le complace contemplarnos desde el segundo piso de la casa, a través del frío marco de metal.
Su cabello rojizo se ha ido decolorando con los rayos del sol, con la nieve que se pega en el vidrio, con el tiempo que ha transcurrido sobre su cara marcada por arrugas.
Desde el jardín se aparecía su silueta, que sólo se mueve a la hora de la comida y del té; inclusive en las noches de luna llena se ve esa sombra que espera ansiosa una razón para abandonar su poltrona y reincorporarse a la sociedad.
En el atardecer ella puede ver su reflejo en la ventana: cansada y con una gran herida en el alma… recuerda un nombre y una lágrima sobreviene a su rostro, la intenta secar pero sobrevienen muchas más: todas las que ha guardado en este tiempo, todas las que el dolor de ese nombre le provocan.
El vidrio se empaña, pues ella se ha recargado en él. Hastiada, desesperada, quiere hablar y un sollozo sale de su garganta. Por primera vez en tanto tiempo se vuelve hacia la puerta buscando una presencia humana, la misma que viera entrar a la hacienda e caballo, la misma que le hiciera recordar el nombre guardado en su corazón por tanto tiempo.
Agudiza el oído, unos pasos suben lentamente… ella se aleja de la ventana, ni si quiera se ve al espejo. Lo ve parado en el pasillo que conduce a su puerta, viene con su uniforme de gala con el que tantas veces soñó. Las muletas le han impedido correr hacia ella, los dos se han quedado mudos, ella voltea por última vez a su ventana, a la costura de punto que dejó en su quicio; corre hacia él y se envuelven en un abrazo.

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