20 agosto 2009

Ausencia: De la otra revolución. Carlos Castro

Antonio dio un paso al frente provocando un escalofrío en el rostro de su padre. El lacio bigote se le enchino drásticamente. Una espesa nube ocultó el sol y se hizo un silencio.
Vistos por Rafael que surcaba las nubes en su avioneta, la multitud detrás de Antonio y la multitud detrás de su padre remembraban una partitura de Mozart. En este mismo patrón posicionaba sus soldados de juguete en su niñez. La música de la guerra, le llamaba a esa clase de formación. Con su mano de madera sostenía una fotografía de Raquel. Su mano de carne y hueso se le había perdido entre los cadáveres de su última batalla en el conflicto México- Caracas. Le dio vuelta a la fotografía y liberó un hilo de saliva que formó un pegajoso charco en la dedicatoria que se leía T E A M O. De un golpe se la adhirió a la frente. Penetraba el quinto piso de su objetivo cuando el excedente de saliva se escurría entre su barba. El cráneo de una de las secretarias que trabajaba en esa sección del complejo de oficinas, le reventó el rostro, tal fue el impacto que su cerebro aterrizó en la fuente que decoraba la fachada de ese importante recinto gubernamental. Jaime, quien se le había perdido a su madre entre la muchedumbre enferma de pánico, tomó el cerebro y lo vertió en su lonchera, que al anochecer enterrará en el patio trasero de su casa, que en dos días será destruida por el tornado que se recordará por 3 generaciones.
Ahora bien, volviendo a la mujer cuyo cráneo asesina al aparente antagonista de la vida libre y democrática de esta realidad, si rebobinamos veinte minutos antes del cataclismo terrorista, la veremos dilatando sus fauces entre los muslos del objetivo primordial del ahora inevitable operativo anarquista. Ella, Lorena, quien durante las noches previas a su muerte había besado una y otra vez el rostro que su cráneo destruirá, estaba ahí para retener el blanco y liberar el cerebro del amor de su vida, que servirá de abono para el manzano que brotará de la única semilla fértil de la manzana que devora el blanco cinco minutos antes de su muerte, cinco minutos después de su encuentro con Lorena. Aquella semilla esperará entre los escombros a que el cuervo albino la prense entre su pico para volar con ella y enterrarla sobre la lonchera.
La semilla explotará y pasarán siete años para que una salvaje troglodita trague la pulpa de uno de sus frutos y se cure del hambre que estará por arrancarle la vida, sin saber que su vientre albergará al próximo gran emperador de aquellas tierras, quien erigirá el próximo gran imperio, en donde los cuatro caminos formaran uno solo y se andará sobre una tierra nueva.

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