01 mayo 2009

Desde Quito (Marcela Dávila)

Los días se habían ido rápido… desde su llegada a Quito no había dejado de buscar paisajes que le inspirasen nuevas y grandiosas fotografías que se dispondría a exponer a su regreso a Sidney, fecha que no se encontraba a más de un mes de distancia.
Habiendo transcurrido ya más tres meses, había logrado familiarizarse con el calor característico de la Amazonia y con los aromas provenientes de tan exuberante tierra lejana, aunque su dieta se había modificado considerablemente por los días que llevaba internada en la selva, en exclusiva compañía de un par de nativos a quienes había pagado para fungir como guías durante unas semanas, se sentía cada vez más atrapada por el universo en el cual se adentraba con cada paso y como si se tratase de un imán, era invadida por el deseo de continuar cada vez más adentro.
Las noches no eran más que proyecciones de un mundo al cual en su hogar jamás hubiera tenido acceso, allá lejos… en la bella Oceanía, la incógnita de un pensamiento se elevaba de vez en cuando en su nombre, y desde esas tierras, con destino al Ecuador presente para dirigirse a ella. Esporádicamente Alicia se levantaba con la ilusión de un pequeño silbido en su oído que surgía entre las 2 y las 3 de la madrugada.
Afortunadamente no existía nada que la calmase mejor que un té de raíces preparado por los nativos al cual ya había comenzado a crear cierta dependencia, sustituyendo su antigua taza nocturna de café por el pocillo hirviendo que llevaba en su interior la suculenta bebida tropical.
Una tarde en la que trataba de atrapar con la lente de su cámara el atardecer Amazónico perfecto, mientras navegaban en una pequeña balsa, comenzó a caer de los cielos cargados de nubes grises, una llovizna vespertina. Los nativos sugirieron a la joven detener la sesión fotográfica del día por el riesgo que podrían llegar a correr si la lluvia arreciaba.
Convencida de que el peligro que le planteaban no era real , decidió seguir dando marcha a la empresa mientras disparaba una y otra vez las tomas de lo que estaba convencida, representaría su gloria fotográfica y su mejor trabajo realizado jamás.
Inundada por los deseos de gloria y fama, se dejó arrastrar por aquel río insondable que pronto, y gracias a la lluvia, se había transformado en un salvaje terreno de cuyas garras no parecía haber salida. Los nativos luchaban incesantemente contra la corriente que era cada vez más veloz, y en sus intentos por dominar la dirección del bote motorizado, sólo obtenían adentrarse más en las ondas que iban y venían, movidas por el espesor de la corriente que no dejaba de crecer… en esos instantes, Alicia se supo llevada a la deriva por un monstruo que la sobrepasaba, una corriente en la que siempre había estado, pero a la que nunca creyó capaz de ejercer dominio sobre su persona.
El bote seguía descendiendo abruptamente por el río , cuando una roca colapsó con éste y se volcaron en lo que sin duda representaría el fin. Las imágenes del atardecer tomadas instantes atrás, se repetían una y otra vez en la mente de Alicia, que sin necesidad de esforzarse viajó por un segundo hacia ese pensamiento incógnito que de tanto en tanto la buscaba en la lejana y bella Australia a la que tanto quería y que sin duda extrañaría.
Las 3:23 de la madrugada… una suave brisa entraba por la ventana de la tienda de campaña y su frente sudaba intensamente, el calor era tal que parecía estar entrándole hasta los huesos. El bote se había ido, las olas también y su cámara yacía sobre su mochila en una esquina de la tienda de acampar… buscó con la mirada el termo que contenía la bebida de raíces, todo había sido una pesadilla… Poseída por la fiebre amarilla, Alicia tomaba el té preparado por los nativos, con la esperanza de que aquello fuere también un simple sueño como los que tenía cuando niña.
Esa noche su aliento se desprendió de ese cuerpo extendido bajo una tienda de campaña a mitad de la Amazonia y abandonó el Quito al cual había llegado meses atrás, para dirigirse a las playas de su hogar y dar el último adiós a un pensamiento procedente de su eterna Oceanía.

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