30 abril 2009

Víspera del cambio (Minerva Patricia Bañuelos Cárdenas)

Despertarme temprano no es el problema, sino que, es el vivir el día a día en el mendigo colectivo. Ya me tiene harto el andar surfeando en el camión, en medio de los olores matutinos que son más agradables que de los de la tarde. Siempre pienso que debería dejar la preparatoria y conseguirme un trabajo para comprarme un carro.
Una de esas mañanas no pude adormecerme en la ventanilla, por lo fuerte que hablaba un integrante, sí, de esos que pertenecen al colectivo del arte de pedir con lágrimas dinero. Ya sea para su hijo en el hospital o para medicamentos costosos. Es que si hubieses visto, sentía que a propósito subía el tono de voz y esas lágrimas tan sangronas me causaban náuseas. No me dejó dormir ni cinco minutos. Erguí mis hombros y noté en el pasajero de a lado, una cara cansada con discretas arrugas. A mí nunca me había interesado entablar conversación con nadie del transporte, pero ese viejo me intrigaba. Decidí romper el discurso agudo de la receta médica del suplicante, con una pregunta que aseguramos muchos hacer, pero pocos contestar. Y este fósil resulto diferente.
-Y usted ¿que hace en esta vida?
Me despierta la alarma a las siete de la mañana, me pongo apresuradamente mi uniforme monocromático y mis zapatos brillosos. Nunca olvido colocar mi gafete en la pequeña mochila, también coloco mis cigarrillos y mi celular, el ‘’ladrillo’’, que así han bautizado mis compañeros del trabajo. Eso sí, bien que me lo piden a cada rato para hacer llamadas, y eso que tienen celulares lujosos, como la mayoría, ¡claro! pero sin crédito. Una vez teniendo todo en orden, estoy en la parada del camión a las siete y media. Consigo siempre sentarme en la parte de atrás, para ver si, así, logro dormir unos minutos de más, pero es imposible. En cuanto el camión pasa dos cuadras se sube el primer ‘’canta gallo’’, uno de los treinta y no sé cuántos, que dizque nos hacen el transcurso más ameno. Y pues tengo que admitirlo, también cargo con una pequeña libreta, en la que, voy anotando las canciones que no he escuchado, para cuando sea el viernes vaya al tianguis a conseguirla en cd‘s. Pues sí te dije, ¿no?, que este celular no tiene para radio. Y sin querer así se me pasa el tiempo más rápido. A veces, se suben de esos de pedir con lágrimas dinero, ya sabes, para su enfermito. En ese momento hago la caridad del día, uno nunca sabe lo que pueda suceder. Hoy tenemos trabajo, al rato quién sabe. En cuanto llego registró mi tarjeta, en medio de los alborotados empleados que también ya van justo a tiempo.
Me coloco mis guantes y cubre bocas, sujeto el trapeador entre mis entrenadas manos, y sigo detrás de mi otra compañera que ya va barriendo el piso. Al medio día, me tomo una coquita bien helada para aguantar el resto de la jornada. Cuando se llega la hora de la comida, siempre me sirvo caldo de pollo, ese que hace mi amiga ,‘’ la Floris ‘’ ,una cocinera que no mas por que esta casada, sino, ya le hubiese propuesto matrimonio . Allí me veras, sentadito en mi respectivo comedor, no mas viendo de reojo a las exquisitas enfermeras con sus impecables uniformes. Y uno que otro doctor tratando de seducirlas. Ya a esas horas me da algo de alegría, pues segurito que el reloj va marcar las cuatro para regresar a la casa. Así es en la semana, pero ya en los fines , me pongo todo galante para irme a echar un bailongo al Trópico. Quien quite y por fin se estrena la cocina de mi casa, esa que con mis puntos acumulé en el Infonavit.

¡Nooooooo¡… desperté gritando . Me puse mis pantuflas y encendí la televisión de plasma. Después me dirigí al espejo del baño y en voz baja susurré a mí mismo : sólo fue una horrenda pesadilla Sebastián.,Las clases en la preparatoria empiezan en la tarde., el auto nuevo que te dio tu padre esta en la cochera, y ya se que estabas pensando dejar tus estudios por un tiempo para viajar al extranjero, pero me duele en la inteligencia que alguien crea que las pesadillas alteran algo para un cambio

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