21 julio 2009

SUEÑOS (Por: Marcela Dávila 10.)


SUEÑOS…

El viento acariciaba su rostro, cargado un poco de arena y rocío, porque había caminado sobre sus pasos a la orilla de la playa desde hacía horas. Llevaba en la mano tan sólo un cuaderno, un bolígrafo en el bolsillo y la sensación de que sus sueños ya no podrían ser arrancados por la marea de ese azul infinito que se levantaba frente a sus ojos.

Vagos recuerdos de rostros extraviados en la lejanía, iban y venían junto con las visiones de la mar, porque cada vez que empuñaba la pluma para plasmar algo nuevo en el papel, algo mágico ocurría.

“El viento sopla sobre el rostro suyo…” Ella vuelve a mirar lo escrito y lo tacha con tinta, remarcando las líneas negras una sobre otra y luego continúa la ruta de éstas: “ La calle oscura impacta sobre la acera, la sombra del hombre que se detiene frente a la casa gris…” Ella escribe de pie y se aproxima a una roca para seguir su redacción sentada sobre esta, el sol comienza a descender y a perderse bajo la delicada línea de lo que alguien llamó horizonte algún día por primera vez, quizás en una tarde como esta :“ …Un hombre que hace tiempo ha perdido todo horizonte y que conoce la casa en cuyo interior yace…” Se detiene un segundo y baja el bolígrafo, para mirar el horizonte, tras la pausa, puede continuar: “ …quien en sus sueños lleva su claro recuerdo en este preciso momento…” Sin detenerse más, ella deja que corran las palabras y conforme lo hace, el cielo se tiñe de colores cobrizos y rojos que ilustran la atmósfera de su cuento: “…Aquel extraño que aparece periódicamente y a hurtadillas mira tras la ventana de su habitación, buscando el momento oportuno en que su mente se decida a irrumpir al fin en el dormitorio, ingresar por esa ventana que permanece abierta por las noches…” Suspira mientras clava su mirada en la tinta que se impregna en el papel, se absorbe poco a poco y retoma su forma de sus letras: “ …dar un par de pasos silenciosos y aproximarse con la soga, que guarda desde hace meses, entre sus manos ávidas de sentir el calor de su cuello apagándose lentamente” Una sensación de malestar la obliga a llevarse la mano izquierda al cuello, pero sin dejar de escribir: “mientras la pesadilla de aquella que yace en el lecho, se convierte en realidad y el hombre presiona firmemente el pedazo de cuerda que corta la piel y quema su superficie tersa y suave” Una sensación de asfixia invade a la joven que escribe sentada sobre la roca frente al mar, el aire pasa con dificultad y ella inhala más y más profundo, buscando detenerlo todo, sin ser capaz de frenar el curso de la escritura: “ La mujer abre los ojos y ahoga un grito al ver la mirada del asesino que trata de contener la sonrisa que se le escapa inevitablemente de los labios” Ella mira frente a sus ojos la mirada terrorífica de quien ha poseído su escrito y ahora se posa junto a la roca en cuclillas, dispuesto a verla escribir el final sin piedad: “ Conforme los segundos transcurren, la mujer va debilitando la fuerza de las manos que ha puesto sobre las de su perpetrador para evitar el fatal desenlace y aquella resignación propia de una muerte segura ya invade sus pensamientos” La joven lucha contra su propio puño para cesar la escritura, el sujeto del cuento no deja de verla y reírse mientras asesina brutalmente a la mujer de la historia que ha surgido de un lugar desconocido de su mente, o de otro lugar inexplicable, ella se debate entre la asfixia y los trazos que cada vez garabatea con más dificultad.

De pronto, un rayo parte el cielo sobre el océano y el asesino vuelve la mirada asustado para conocer el origen de tal ruido, la presión en el cuello de la joven cesa un segundo mientras el extraño se distrae y ella aprovecha para dirigir el bolígrafo de un lado a otro de la hoja, tachando e inundando de tinta todo el texto. El hombre vuelve a ver a la joven y lo que antes era una sonrisa, ya transmuta en una mirada de horror, mientras ella sigue rayando el texto sin parar: “Las manos de la mujer retoman su fuerza, las coloca sobre las del hombre que sostiene la soga y poco a poco comienza a retirarlas de su cuello, mientras este segundo retrocede en la penumbra de la habitación” La joven siente el alivio del aire entrando por cada vía sin ninguna obstrucción y el sujeto comienza a desaparecer conforme las letras de lo narrado se pierden bajo un mar de trazos negros que lo borran en el papel y también de la realidad.

Segundos más tarde, lo único que queda es el océano, las manos de la joven llenas de tinta y la quietud de la noche entrando por sus pupilas, ella cierra el cuaderno y al hacer esto, aquel mar desaparece junto con su brisa, entonces se acomoda en su cama, se pasa la mano por el cuello un poco herido y se dispone a dormir, no sin antes ocultar bajo la cama, el cuaderno y la pluma de alguna otra realidad.

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