01 febrero 2009

La Villa Rosa (por: Carlos Castro)

Una de mis últimas mañanas de mi año treinta, me descubrí frente al espejo viviendo un deja vú estimulado por la monotonía de mi existencia.

Cuando un homo sapiens asume el papel de un engranaje, le pasa lo que a un engranaje, se barre, se oxida y al final se fractura.

Me sentí como un perro que lleva comiendo las mismas croquetas desde cachorro. Ahora las quería vomitar.

Renuncié a mi trabajo de contador y con mis ahorros a la carta me dispuse a ordenar del menú del nuevo horizonte. Decidí recorrer el estado, de polo a polo y de la tierra naciente perseguir al sol hasta su tumba.

Así fue como conocí La Villa Rosa, un pueblo de libertinos.

Llevaba recorriendo aquella carretera ya horas. Me pronostiqué perdido pero me propuse disfrutar cada kilometro y cada curva hasta que la gasolina me lo premitiera.

De repente, como salido de la tierra, aparecio su nombre, a la orilla de la carretera, “La villa Rosa 5 Km”. El letrero apuntaba a una brecha en dirección a un cerro. Ordenado por mi impulsión la tome.

La brecha atravesaba el cerro. Durante 5 minutos recorrí las entrañas de aquella colosal criatura, iluminado por los faros de mi BMW.

El tunel me escupió en las venas de La Villa Rosa. Al instante me sentí en otra dimensión. La velocidad del tiempo se dilato y me encontré atravesando un espeso océano invisible. La radio entonó a Buffalo Springfield. La estela de esta realidad me permitia ver las notas de For What it’s Worth chocar contra el aire.

La Villa Rosa era un refugio de hippies liberales con intenciones de disfrutar aun más el presente. Gracias al Núcleo, ubicado en el corazón del pueblo, habían conseguido dilatar el tiempo a semejante nivel. Observar las estelas de los habitantes de Villa Rosa me hizo pensar que estaba siendo atacado por un acid flashback.

Fornicaban en cámara lenta en las calles. Pase junto a una chica de 14 que comía un plátano y fue tal el efecto que brotó el pedófilo en mi.

Inflamado, continué presionando el acelerador al ritmo de la música, mirando senos en cámara lenta surcar el aire.

No llevaba ahí más de un minuto, cuando decidí que éste sería mi nuevo hogar. Los hippies me aceptaron sin ningún problema y me hicieron parte de su pueblo. Por fin sentía que podía disfrutar cada segundo de mi vida.
Me contrataron en una carnicería. Disfrutaba del partir lento de la carne y de los senos de las amas de casa que no dejaban de coquetear.

En La Villa Rosa se podía andar desnudo, pintado o vestido. Bajo la influencia de cuaquier droga. Bajo la influencia de cualquier deseo sexual. Villa Rosa era la verdadera democracia, gobernada por un senado, cuyos miembros rotaban cada año. Hogar de 200 habitantes. 201 tras mi llegada.

Para aquellos que lo piensen están equivocados. En La Villa Rosa no había asesinatos, ni robos, ni mucho menos violaciones. Sus habitantes eran educados minuciosamente en su sexualidad y persona, eliminando así sus tabúes. Aquí el dinero era el sexo, el lubricante social. Todo se solucionaba mediante el sexo.

Viví en el paraíso por un año, que pareció tres. Pero una mañana de mis últimas de mis treinta y uno me encontré viviendo de nuevo un deja vú. Tomé mis ahorros, mis llaves y cuando estaba por salir de mi casa sentí ganas de fornicar por última vez con mi vecina. Sentir sus senos acariciar y golpear mi nariz. Su humedad recorrer cada vello de mi piel.

Al terminar aquel orgasmo de casi dos minutos corrí a mi automóvil, temiendo que no tuviera batería pues desde mi llegada lo había usado muy pocas veces. En La Villa Rosa se quiere andar de pie para disfrutar del paisaje y sus habitantes.

Pero el carro rugió.

Recorría el pueblo de un extremo a otro cuando tuve la idea de recorrerlo en reversa. Siempre se me ha calificado de ocioso. Para mí sorpresa descubrí que al recorrerlo en aquel estado un efecto de rebobinado imperó a mí alrededor. Estacioné el carro y caminé de espaldas. Caminaba hacia delante y la cinta recobraba su efecto dominó hacia el futuro. Caminaba de espaldas y todo volvía a recorrer su pasado. Después se me explico que aquello era un pequeño defecto del Núcleo.

Viví en efecto de rebobinado por unos dias pero me cansé. Caminar de espaldas no era lo mío.

Dejé La Villa Rosa cuando moría el sol. Recorrí la oscuridad desgarrándola con la luz de mi vehículo. Respiré con alivio al reanudar mi odisea.

1 comentario:

  1. De repente me imagine todo el pasaje muy de ciencia ficción, muy visual, muy emocionante... es fácil entrar en la historia sobre todo ya al final...

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