02 enero 2009

El instante que somos (Carlos Castro)

Cuentan sobre un hombre que incluso soñaba despierto. A los 23 años tenía las arrugas de un hombre de 40.

Mi condición me ha permitido vivir más de una vida. Dijo entre algunas de sus respuestas a la única entrevista que concedió.

En la madrugada de su merte. 80 años que semejaban cientos sobre una hierba seca. Ciego. Sin poder reír. Pero aún con la lucidez de un sabio.

El hombre solo encontrará una inmortalidad utópica si antes domina el tiempo. Congelarlo es el truco.

Con tantos años encima, tantos sueños, tantos deseos cumplidos. Esto que ustedes llaman realidad es para mí un sueño más.

La vida que vivimos y los sueños no difieren mucho. Tan solo los sueños son un poco más divertidos. Nunca se sabe qué vendrá después. Tal y como ser un cavernicola otra vez. Un nómada. Se recupera el don del asombro y la lucidez ante el presente.

Huerfano de nacimiento. Solitario por voluntad.

Me sorprende que yo los sorprenda. Después de todo el hombre moderno nunca despierta. La mayoría vive en su imaginación. En sus próximos planes y los que ya pasaron pero que no tuvo el tiempo de vivir. Nos convertimos en pasado y futuro, cuando nuestra verdadera naturaleza es el presente. Sin lugar a dudas somos flexibles. Camaleones.

Los sueños duran apenas unos segundos. En mi final es posible que mis ultimos segundos de vida se conviertan en otra vida entera de sueños dentro de sueños.

El hombre es poseedor de un gran don. En su mente no existe el tiempo. Una palabra, sonido, una imagen, un olor, pueden generar sinnúmero de ideas e incluso historias en cuestión de segundos. Este es nuestro último refugio del tiempo. Irónicamente esta cualidad también nos causa la eterna locura humana. Pienso más de lo que el universo material me permite vivir. El ser humano moderno es un colosal iceberg.

La mente no se crea ni se destruye solo se transforma.

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