¡Un ladrón entró y se llevó el dinero del gasto de la Sra. Rodríguez!
El detective observa cuidadosamente la sala para tratar de encontrar una pista. La encuentra y descubre así al culpable entre el grupo de maleantes se reúne en el callejón de Gato. Observa los dibujos hasta descubrir quien es el ladrón.
¿Quién fue? Nunca me interesaba resolver esos acertijos de los libros lúdicos que mi madre después de su jornada laboral me compraba. Siempre estaban regados en el suelo pues nunca he tenido la intención de coger las cosas que se caen y dejo caer, y ahora menos por mi bendita llanta. Siempre esperaba la hora en que llegara para que lavara mi ropa y me hiciera de cenar, tenía el deber de atenderme pues me quiso tener, ¿no?
Soy un joven malo…Un joven desagradable y estoy enfermo por la culpa de Mateo, quien fue mi primera y última mascota, un pollo con pelos azuleados por el aerosol, cosa que llamó la atención de mi progenitora y me lo compró.
¡Equivocación! Primero me regala algo indefenso, sensible y dependiente. Tenía que cuidarlo, darle de comer, de beber y para el colmo limpiar su excremento, y todo esto para que, para aprender desde niño a ser responsable, pero si me gustaba que todo lo hicieran por mí. Mateo marco mi destino para toda mi existencia, después de aceptar cuidarlo y sí, lo acepto, de entregarle miles de besos picudos y buenos ratos juntos. Nos hicimos buenos amigos, pero después paso un tiempo, y no me di cuenta, que mi amigo, pollo Mateo, se había convertido en todo un gallo, suceso que causó interés en mis abuelos. Primero supe que mi abuelo se lo quería llevar para el rancho de un conocido, que después lo venderían en un palenque, pues es que el Mateo no era un gallo corriente, pero sorpresivamente mi abuela se entero y un domingo no se me olvida, a la hora de la comida se sentía un ambiente sospechoso y pues sucedió que el hambre le gano al deber.
Yo tenía que ponerle agua en el recipiente de Mateo como todas las tardes solía hacerlo, pero mi estomago pedía comida y empecé a comer desesperadamente mi caldo de pollo, ¡sí! !Caldo de pollo ¡
Era Mateo nadando entre las verduras y el aceite insoluble en el agua. En este momento volver a recordar lo perverso que fue comer a mi pollo me dan ganas de vomitar, pero me aguanto como esa vez. Sí, y hoy, sigo comiendo por rabia.
Creo que padezco de todas las enfermedades que conlleva el sobrepeso. Nada entiendo de mi enfermedad y no se con certeza en donde voy a terminar. No me cuido y jamás me he cuidado. Sí, no quiero cuidarme por rabia. Esto seguramente ustedes no lo pueden entender. Pero yo si lo entiendo. No sabría explicar naturalmente a quién fastidio en este caso con mi rabia. Sé muy bien que ni a los doctores podría perjudicar por no tratarme de cuidar. Sé mejor que nadie que le único perjudicado sería yo y nadie más. Sin embargo, si no me cuido es por rabia. Que muera de un infarto, ¡pues que me muera, que me muera todavía más!
Hace ya mucho tiempo que vivo así, cada día como más y más, y me he convertido más excéntrico en mi arte de deglutir, ¡Sí! por que ya no se, sí mastico, cuando me sirvo en mi plato redondo y rojo mi hamburguesa de tocino con queso fuera, servida entre dos donas glaseadas de Krispy Kreme todo un logro de la epicúrea gringa. Y casi escucho el sermón de mi madre diciéndome: comes mucho, vas a morir por complicaciones de diabetes e hipertensión. Y me escucho gritar fuertemente ¡¿quién quiere una?!
Quiten su cara de guácala, con mil calorías y 45 gramos de grasa, este “postrecito” equivale a un six o dos Big Macs. No biggie, después del recalentado navideño, los salchipulpos, los churros rellenos, el chocomilk con huevo crudo o los tacos callejeros, ni que se fueran a asustar con una hamburguesilla.
Antes estudiaba, ahora no. Era un estudiante malhumorado. Trataba groseramente a los demás y sentía placer al hacerlo. Como ellos se burlaban de mí, debía recompensarme de ese modo. Cuando alguien se atrevía a dirigirme la palabra, casi siempre eran personas tímidas y con la autoestima hasta el suelo. Ni siquiera ellos se escapaban, no quería resignarme de modo alguno a tener amigos y cuando osadamente me hablaban, sacaba mi lonchera repleta de carne, hamburguesas, tacos, y cualquier grasosa y sabrosa comida que yo quisiera. Al ver las montañas de comida que consumía y el peculiar ruido que hacía asquerosamente entre los dientes, huían de ese momento surrealista. En ese instante salía mi máxima rabia, recordaba en cada mordida a Mateo, luché desde ese tormentoso día, a honrarlo como nadie se lo hubiera imaginado, comiendo, sí, comiendo. Pollo mucho pollo, hamburguesas de pollo, alitas de pollo, tacos dorados de pollo, por rabia, por hacer enojar a los que pensaron que me convertiría en vegetariano, que odiaría por siempre cualquier cosa que tuviera pollo. Por las noches me siento avergonzado por ser tan malo y comer tanto ¿No me creen que a veces lloro en el rincón por comer tanto? Estoy seguro de que si lo creen… Pero les aseguro que a mí me da lo mismo lo que piensen…
Ahora que me he convertido en una mancha extensa en el rincón de mi cuarto, mi madre es la única que tolera mi maldito carácter, yo no se si por lastima o por que se siente culpable de mi desgracia. Mi cuarto expide un olor repugnante pues ya es imposible evacuar en el sanitario. Algunas veces escucho algunas voces en la sala, familia, amistades o yo que se quien sea asesorando a mi madre, para que me puedan ayudar. Palabras inútiles. Yo ya dije que aunque este ambiente sea nocivo para mí, ¡No saldré de aquí! Y no pienso moverme a ninguna parte. Da exactamente lo mismo que me quede o que me vaya, que deje de comer o que siga hasta el hastió. Este es mi destino que te quede claro. ¡Eh! Ya me dio flojera oprimir el botón de suprimir esta última oración, que destino ¡Esperen!, déjenme que tome aliento… Ni modo.
31 marzo 2009
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