Ocurrió cuando menos lo esperaba, aunque durante toda su vida había imaginado este instante. Al sentir la primera pulsación escupió una carcajada. El dolor inicio en el coxis y reptó, adhiriéndose con sus garras, a lo largo de la espina dorsal hasta llegar a la nuca. La separación inició justo en la zona del más alto chacra, obligándolo a doblarse.
La excitación y el dolor lo obligaron a liberar sus fauces. Los primeros chorros de sangre pintaron el vómito azul.
A pesar de la estimulación jamás dejo de reír.
Una zanja separó su hermoso rostro en dos hemisferios idénticos. Su tórax mutó en una pintura de Bacon, abierto cual cadáver de res en el congelador de un supermercado. Sus viseras flotaron fuera del tronco y se inflaron hasta reventar, pintando las paredes con su ADN. En ese instante dejó de reír. En ese instante dejó de estar.
Su madre encontró su piel.
Parecías una cáscara de naranja, le contó tras revivirlo.
Entró a su habitación cargando una bolsa con piedras, con las que rellenó su cascarón. Unió sus hemisferios con hilo de oro. Y tras un ejercicio de resucitación, el cual no se me permite contar, volvió a la vida.
Él sobre el regazo de ella. Ella sosteniendo su cabeza, lo recibió con la siguiente línea: Estas curado, hijo. Bienvenido.
11 marzo 2009
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