Toda mi infancia la dediqué a buscar el pastel más rico del mundo, y cuando por fin lo encontré algo raro sucedió.
Si yo hubiera muerto en 1976, mi tumba tendría una inscripción que diría “Niño glotón e insatisfecho”, pero hubiese sido terrible morir con solo 9 años, por lo que si muriera mañana en mi tumba estaría escrito “El hombre mas gordo y feliz del mundo”, así es, la vida nos asigna distintos personajes a lo largo del tiempo. Un día, cuando era niño, vi un comercial en la televisión que anunciaba “El pastel más rico del mundo”, le pedí toda la tarde a mi madre que me llevara a la pastelería “Arcoiris” para poder corroborar lo dicho en el anuncio, y después de recibir un par de palmadas en la cabeza por parte de mi padre, fuimos a probarlo.
Yo iba en la parte trasera del auto mirando por la ventana, tuve una extraña fantasía, imaginé que todo en la calle era de pastel, tal vez era un lapsus esquizofrénico o simplemente deseaba probar el ya mencionado pastel del anuncio. Me bajé del auto antes que todos y corrí al aparador para presenciarlo, era grande, cremoso y de chocolate, tenia una cubierta de crema batida con fresas brillantes arriba, entré a la tienda y el encargado me recibió con una sonrisa de oreja a oreja, supuse que estaba acostumbrado a ver llegar niños obesos, hambrientos y ansiosos dispuestos a entregarle su dinero a cambio de unos instantes de satisfacción, mi padre llegó de inmediato corriendo tras de mi, como si fuera yo un loco que se había escapado del manicomio, pero eso no importó, me sirvió una rebanada y de inmediato la tomé como si fuera la única en el mundo, la mordí ferozmente, pero para mi sorpresa el pastel estaba reseco y en realidad no tenia un sabor muy particular, era cualquier otro pastel de chocolate. Mi padre me miró fijamente y le dije que era un fraude, que no era el pastel mas rico del mundo, regresé al auto triste y durante el resto del día me pregunté, ¿Si no es ese, entonces cual es el pastel mas rico del mundo?
La idea rondó por mi mente durante muchas semanas, pero después de una ardua búsqueda me rendí, pensé que tal vez estaría en Francia o Nueva York el tan anhelado postre, y decidí que era mejor dejarlo hasta que el destino lo trajera a mí. No recuerdo exactamente el tiempo que pasó desde aquel día en la pastelería hasta el gran momento.
Visitábamos a la abuela no muy seguido, por varias razones, la primera era que para llegar a su casa había que pasar por 2 horas y media de tren, otra hora en autobús y unos 3 kilómetros andando, mi padre decía que se había mudado a ese pueblo precisamente para evitar que la visitásemos, y la segunda razón era porque ella era un poco sorda, por lo que era toda una odisea mantener una charla con ella sin perder el hilo. Aquella visita fue especial, yo tenia casi 11 años ya, y mi padre amenazaba con enviarme a un campamento para gordos en verano, llegué absolutamente deprimido y abracé a la abuela como si fuera un gran trozo de pastel. Me senté a pensar en mi obesidad temprana en el porche de la casa, cuando de pronto mi abuela llegó con una rebanada de pastel de chocolate, en realidad me dio un poco de pena rechazarla y lo tomé, sabia que no debía comer mas golosinas porque eso me destinaría a pasar el verano comiendo verdura cocida y jugando con niños infelices como yo, pero tomé la decisión correcta, era fantástico, había algo mágico en ese pastel, era como morder una nube de chocolate, no tenia comparación, ahora mismo diría que fue casi sexual.
Pasé todo el fin de semana comiendo pastel, sin importarme que mi sorda abuela cocinara sin parar, era un placer de la vida exclusivo para mí y no dejaría que su vejez se interpusiera en mi placer. Regresamos a casa y no podía pensar en otra cosa que aquel regalo divino de la repostería, sin importar el tren, el autobús y la larga caminata tenia que volver el fin de semana próximo. La semana pasó muy rápido y mi padre me llevó a la estación de tren, me puso en el cuello una medalla como de perro, con todos los datos útiles por si me perdía y me recordó que no comiera en exceso o el campamento me esperaría, no importaba en lo absoluto su indicación, el camino se pasó rápido, caminé como nunca lo había hecho, rápido y sin cansancio, era como caminar sobre pastel de chocolate, y a lo lejos, al ver la casa de mi abuela asomándose, todo fue felicidad, corrí hasta la puerta sin importar mi lentitud, pero al llegar a la casa nadie atendió, pensé que no debía escucharme por su sordera, pero lamentablemente no fue así, me asome hacia adentro y mi abuela estaba sentada inmóvil en la mecedora, estaba muerta.
De inmediato llamé a mi padre para avisarle la terrible nueva, me dijo que esperara por él, estuve casi cuatro horas y media pensando en mi abuela mientras aguardaba por mi padre, me pareció injusto en aquel momento que se hubiera ido sin dejarme probar todo lo que sus gloriosas manos preparaban, estaba molesto con la vida en realidad, pero ahora comprendo que mi abuela se estaba despidiendo de mi, me había dejado marcado de por vida con ese exquisito sabor en la boca, ese sabor que no puedo, ni quiero quitarme.
El pastel de mi abuela era único, y tal vez fui ingenuo por intentar buscar un sabor idéntico al de ese pastel durante los siguientes años, pero ¿que puede igualar el abrazo de una abuela? creo que nada, y ese pastel era un abrazo de ella, algo que era especialmente para mí, que solamente yo atesoro. Quizás mi abuela murió sin saber lo que significo para todos nosotros, sin saber lo que su simple presencia en este mundo era capaz de hacer, sin saber lo buena que era en la repostería, e incluso sin saber lo mas importante, que me hizo el mejor regalo que se le puede dar a un nieto, lo que siempre quise, me regaló el pastel más rico del mundo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
El mejor cuento que he leido en mucho tiempo, tiene tantos sentimientos encontrados y hasta me pude ver en la historia sin siquiera saber que es un abrazo de una abuela, creo que me convertí en un protagonista omnisciente en alguna manera.
ResponderEliminarBien hecho, ojalá tengas mas cuentos e historias tan astrales como esta; no puedo esperar para leer más.
Oscar (Desde Guatemala)