10 junio 2009
EL PINTOR (por: Magnolia Flores Tapia)
Él, Javier. No salía mucho. Desde pequeño fue muy enfermizo y su madre muy sobre protectora. Muchas veces él se sentía dentro de una burbuja. Como si todo lo que estaba afuera de su alcance fuera parte de un escenario inventado por su imaginación.
Ella, Samantha. Era bailarina de ballet, bailar era su pasión. Y tenía talento pero su familia creía que de eso no se mantendría, a pesar de que ellos la iniciaron en esa disciplina. En algún momento realmente de eso vivía, ahora estaba lastimada y no podía bailar más, no profesionalmente. De algo había que vivir y consiguió trabajo en una galería de arte. Era una bella y estética recepcionista, digna de tan distinguida galería. Lo único malo es que la más de las veces resaltaba más que las mismas obras de arte ahí mostradas.
Javier desde niño supo que tenía un don. Sin tomar clases de ningún tipo sabía dibujar y colorear muy bien. Tenía sentido de la estética, de la perspectiva y de la combinación. Posteriormente fue tomando clases con maestros particulares que siempre admiraron su talento. A la fecha ya había expuesto en varios lugares. Exposiciones colectivas o en solitario, siempre vendía sus obras. Y era lo más cercano a sentirse vivo o más bien, lo más cercano a sentirse en el mundo real. Era todo un misterio para el mundo artístico local, nadie lo conocía.
Samantha amaba el arte de verdad, en todas sus expresiones. De vez en vez cuando no había tanto trabajo se permitía sumergirse en una obra. Una a una. Una cada día. ¿Su favorita?… una de la colección privada de la galería. Era una obra sencilla pero algo tenía de especial que la atraía. Su jefe, el dueño de la galería siempre reía cuando la veía tan entretenida mirando ese cuadro.
Era poco casi nulo el contacto que Javier tenía con el mundo exterior. Su madre acababa de fallecer. Por primera vez él se enfrentaba a su soledad y no le iba tan mal. Extrañaba a su madre, naturalmente, pero ahora también probaba la independencia. Ahora, tenía que cuidarse y atenderse solo… por primera vez saboreaba esa libertad que alguna vez pensó que solo era un sueño. Era una experiencia agridulce.
Ella era realmente hermosa. Alta y delgada, de formas discretas. Estética como toda buena bailarina de ballet que vive en ese mundo desde pequeña. Sus movimientos eran gráciles. Sus gestos al igual que sus rasgos eran finos. Sus ademanes y su voz eran sutiles. Sin duda una excelente “pieza” para esa galería. Su piel era blanca al igual que sus aperlados dientes resplandecientes sonrisa a sonrisa. Su cabello rizado y rojizo. Y sus cejas eran el marco perfecto para que esos preciosos ojos azules resaltaran sin pudor alguno.
Uno de esos primeros días de soledad Javier soñó algo que le pareció divino. No tenía problemas de dinero, comenzaba a salir… salía poco, sabía que no sería tan fácil insertarse al mundo pero lo intentaba y le maravillaba el aire del exterior, las personas comunes que le parecían todo menos eso, comunes. Salvo sus pequeños paseos él seguía con su rutina. A la misma hora de siempre durmió, pero está vez soñó… soñó con una hermosa criatura. Una chica, la más bella que jamás pensó que existiera. Vaya broma del destino, solo soñarla y destino cruel, ni siquiera lo dejo soñarla toda la noche. Despertó en la madrugada con el dulce sabor de tan agradable sueño. Estaba acalorado, se asomó un momento por la ventana y después intentó dormir de nuevo, al no poder pintó…. pintó esa efigie del amor que acababa de nacer para el tras ser un tema en totalidad desdeñado.
Varios meses llevaba ya de trabajar en ese lugar cuando una nueva exposición llegó. Había alboroto en la galería. Solo lograba escuchar que el pintor era un misterio y que al parecer después de tanto tiempo estaría presente en una inauguración. Ella no comprendía del todo pero estaba intrigada. Días antes de la inauguración llegó la obra al lugar. Todo estaba listo para montar. Las pinturas estaban recién terminadas. Y la encargada de desempacarlas al abrir la primera se sorprendió y gritó – Mira Samantha, es idéntica a ti, ¿posaste para este retrato?.
Javier estaba nervioso, nunca antes había estado presente en una de las inauguraciones de sus exposiciones. No sabía por qué. Últimamente salía a dar muchos paseos, siempre con su material en mano para dibujar al carbón. Le parecía fantástico solo sentarse en algún lado a disfrutar el clima, a ver la gente pasar, a captar algún rostro de su vista a su memoria y al papel.
Uno a uno los cuadros que fueron desenvolviendo eran retratos se Samantha, al parecer, en diferentes técnicas. Ella no comprendía como, no conocía al pintor de dicha obra y en determinado caso que lo conociera jamás había posado para nadie. Esto todavía la intrigó más, ¿quién la había pintado?, ¿dónde la había visto?, ¿por qué ella?. La curiosidad aumentaba, se sentía alagada, intrigada, y una leve sonrisita se quedó ahí tatuada en su rostro todo el día, ¿cuánto hacía que esa sonrisita no salía para quedarse en su rostro?.
Estaba nervioso y emocionado a la vez. Era una sensación extraña el ver a tanta gente reunida admirando sus cuadros y preguntando el precio. Siempre supo que se vendían bien, leía las críticas pero jamás le toco verlo en vivo. Se paseaba por entre la obra y la gente pasando totalmente desapercibido; pantalón de mezclilla, camiseta, saco casual; era uno más. Fue presentado ante los dueños de la galería pero con estricta discreción. Cuando se cansó de estar entre la multitud decidió salir a tomar un poco de aire a la calle antes de ser presentado ante el público si así lo decidía.
Samantha estaba encantada con esa primera inauguración a la que le tocaba asistir. Se veía realmente preciosa con ese vestido negro que había elegido para la ocasión, sobrio, elegante y perfecto para ella. Sus tacones, accesorios discretos y el cabello recogido la hacían ver increíblemente. Muchas personas se le acercaron a preguntarle si ella había posado o si era la de las pinturas, queriendo resolver así un poco del misterio del pintor. Al principio eso le halagaba, después la comenzó a hostigar, siempre las mismas preguntas y demás. Ella misma estaba inmersa en ese misterio, miraba a todas las personas tratando de averiguar si ahí estaba él, tratando de averiguar quién era, pero no hubo suerte. Salió un momento a la calle a tomar aire.
Era una avenida transitada, lo suficiente para ver pasar muy seguido las luces blancas y luego rojas de los carros. Ya estaba algo cansada y agobiada, por suerte la habían dejado tomarse unos instantes. Pensó que estaba sola en la acera, así que la presencia de una silueta de un hombre. Él también se sorprendió… pero al verla se quedó anonadado y se acercó poco a poco, a ella le daba la luz de la galería y cuando por fin estuvieron frente a frente Javier no podía creerlo; ella existía. Y Samantha lo supo, de inmediato lo supo… era él. Sus miradas se encontraron, sus preguntas se contestaron y en ese momento fueron solo ellos y las luces blancas y luego rojas de los carros.
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