10 junio 2009
EFIGIE: TIEMPOS DE JUVENTUD CON EL SEÑOR CONCIENCIA (Por: Minerva Bañuelos)
Me perdí, completamente, sí, no podía discernir mi estado de ánimo. Caminé varias horas entre los tapices grisáceos de la ciudad. No entendía ya nada. Esta casa no es mi casa, lo decía pensando en voz baja. Después de unas horas me encontré en la Union Station. Al sur, quería ir al sur, sentía miedo, ya no quería estar así, regresar al norte es enfrentar las consecuencias de tu decisiones. Y empezó de nuevo el señor a bombardear con la razón ¿Acaso sabes lo que es tomar una decisión?
Una lagrima escurría entre mi rostro, después se fueron multiplicando. ¿Correr? ¿Sería esa la solución? ¡Tú que sabes¡, ¡ Llama por teléfono¡, ¡Diles que no estas bien¡ ¡Que te envíen una carta¡, ¡ Que te devuelvan tu esencia¡, ¡Que te recuerden por que estas aquí¡, ¡Que penetren sus palabras en mí¡ Para que dejemos de juzgarnos, para que continúes en el camino. Diles que no lo sabías, que ya lo aprendiste, ¡díselos¡ ¡Los necesitamos¡
Atiborrada de la voz penetrante del señor conciencia, seguí corriendo, quería evadir la realidad. Estaba hastiada de caminar y correr como una perfecta loca. Tenía hambre. Entré a un pequeño restaurante, una mujer amable me encaminó a la última mesa del pasillo. Y solo dije: I want pepperoni pizza. ¿Entendería? ¿Pronuncié correcto? No, eso ya no importaba. A los pocos minutos me di cuenta de que estaba sentada, que logré llegar a un punto después de correr: de huir, de golpearme con la voz el señor, de estar refrescando a cada segundo mí cara con el acto que solo los humanos podemos hacer, llorar. A un lado estaba una consola musical tocando ópera ¿Ópera? Escuché el eco de voz del señor, ¡Tonta¡ ¡Es mañana de carnaval ¡ De que hablas ¡cállate¡, nuevamente me atormentas decía en voz alta.
Sorpresivamente aparece, alta, delgada, y sin otras características que pueda recordar, una amargada mesera. Dejó caer la redonda y gruesa figura del intento de pizza que un paisano había hecho para una paisana. Sí, eso era, él era yo. Eso había sido por nueve meses, casi en ese instante me encontraba, casi deducía el por qué de mi presencia allí, allí donde solamente los sueños se funden con la cotidianidad amarga, y si se lograra salir de ese abismo, ¿Seguiría allí? Sí, ya sé, lo he repetido tres veces en menos de cinco renglones, allí, ¿O me equivoco? Bueno, y les seguía contando, cuando ya estaba buscando respuestas se esfumó la voz prisionera de mi mente. Así que, comencé a comer la primera rebanada, pero después, percibí una luz irritante que salía del otro extremo de donde me encontraba. Escuché carcajadas lastimeras que ocultaban el sin sabor de la vida. Me dejé llevar por la soberbia curiosidad de mi naturaleza, y crucé entre las mesas vacías y manteles cuadrados, para saber quién fingía ser tan feliz. Entreabierta estaba la puerta, primero volteé de tras de mí para asegurarme de que nadie me viera. No había nadie, solamente una pintura mediana, colgada en la pared dividida en dos: el cielo y el infierno. Y a la mitad de de esa división, una escalera donde subían los que habían hecho el bien y otros intentando en los peldaños, resbalándose entre las flamantes llamas. Entre las luces rojas de ese cuarto percibí un sobre en el piso. ¡Ábrelo¡ me gritaba el señor otra vez había aparecido. Y decía:
Bien, ahora, ¿cuál es el motivo de tu intranquilidad? No escribes, no llamas, no dices no, nada, NADA, benditas naderías, no dices nada, no haces nada, estas debilitándote, date cuenta, ya no eres las misma aquí, estas aprendiendo, pero no lo ves. Aprovecha la oportunidad, ¿Que no es esto lo que querías?, no tengas miedo, no seas tan cruel, no juzgues tanto tu capacidad, esto es lento, pero seguro .Si crees que es lo que no querías, ¡ hazlo ya ¡, vuelve al sur y comienza el segundo plan. No llores más, no te martirices, si te equivocas sé que duele, pero se sigue adelante. Te amamos.
Salí de ese cuarto y posteriormente del restaurante, olvidé que tenía hambre, olvidé pagar lo que ordene, olvidé el nombre de ese lugar, pero no olvide llamar a mis padres, eso no me olvidé. Caricias, ¡Caricias emocionales señor¡ ¿Por qué no me las das ?
PD. No encuentro el segundo signo de exclamación, ¿No me encuentro a mí misma? Espera, creo que sí.
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