20 abril 2009
Finca "Los 3 Sapos"
Miguel Esteban Zuloaga Ríos era el último habitante de la finca “Los 3 sapos”, nunca supo a ciencia cierta porqué se llamaba así ese lugar, en realidad siempre lo odio, de hecho ni siquiera le gustaban los sapos.
Ahora a sus poco más de 20 años era el último descendiente de tan rico abolengo Zuloaga, al menos el único varón para desgracia de su familia pues se parecía muy pero muy poco a sus antecesores y lo único que tenía en común con su bisabuelo, abuelo y padre era el nombre “Miguel” y el apellido “Zuloaga”, para empezar él no había estudiado ni leyes, ni administración, él había estudiado un poco de arte y otro tanto más de idiomas, dominaba el inglés a la perfección, además sabía Italiano y alemán y estaba próximo a aprender portugués y francés, solo en cuanto lograra decidirse. A veces se decía a si mismo a modo de burla que estudiaba tantos idiomas por esa necesidad de entender a los demás y de entenderse a sí mismo. Algo de verdad habría en esa burla.
Ahora que se había quedado casi solo no sabía ni qué haría. Todos esperaban mucho de él, esperaban tanto… menos lo que él podía o quería dar. Así que, con el ánimo de aclarar su mente preparó su maleta y en el más absoluto silencio tomó sus ahorros y un poco de su herencia y se fue a París… no sabía francés aún, pero algo le llamaba de esa lejana tierra.
Llego un jueves por la tarde, fue un vuelo largo. Ubicó sus maletas y salió del aeropuerto… inmediatamente sintió el viento fresco en su cara que agitó su cabello y que olía a algo dulce… tal vez a libertad. Inundó sus pulmones con esa frescura.
Como pudo pidió un taxi e indicó el nombre del hotel en donde se hospedaría, quizás, después buscaría un departamento. Se instaló en el hotel haciendo un poco de su inglés para no darles más trabajo a las recepcionistas, juró que lo usaría solo lo indispensable. Oscureció pronto y el cansancio lo hizo dormir. Al día siguiente despertó descansado, maravillado y listo para recorrer la ciudad, se sentía como un niño en una juguetería.
Recorrió calles, restaurantes, plazas y casi al atardecer entró a un pequeño café justo frente a la Torre Eiffel, se sentía totalmente libre, como nunca. Ordenó algo para comer y beber y después se sumió observando a su alrededor, de pronto una melodía extremadamente bella lo sacó de su estupor y se quedó inmóvil, escuchando hasta que alguien tocó su hombro, era una de las meseras de ese café, una chica de cabello en extremo rubio, ojos azules, coleta de caballo y pecas en la cara.
Ella le tendió la mano, él se la dio y ella lo jaló para indicarle que se levantara al tiempo que le hacía una seña que se entendía como un “guarda silencio”, de pronto lo jaló al centro del lugar sin soltarlo de la mano colocó sus manos alrededor de Miguel y le indicó donde las pusiera él, e iniciaron a bailar. Él se dejó llevar, sintió la música, el fluir de la sangre de su compañera, e l viento que refrescaba el lugar y movía sus cabellos, y se olvido de la gente, se olvido de él y de todo.
Terminó la pieza musical, su compañera le agradeció con un gesto al que él respondió, después pagó lo que había ordenado y se fue caminando hasta su hotel que estaba muy cerca de ahí, aún se sentía en las nubes, su mente había quedado en blanco, había sido él, había probado la libertad a lo largo de una canción francesa. Caminaba con una sonrisa en los labios, disfrutando de la noche, del viento, del ruido y del haberse encontrado a sí mismo, lejos muy lejos de “Los 3 Sapos”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario