“Hoy es el primer día del resto de tu vida” – anónimo
Daniel abrió los ojos y volteó a su ventana, recién acababa de amanecer, eran poco menos de las 7 de la mañana de su cumpleaños, ya había movimiento en su calle, no había dormido mucho; una noche antes había llegado tarde de trabajar, no sentía haber descansado bien pero ya no quería estar acostado, se puso unos jeans, playera, tenis y chamarra. Bajó rápidamente por las escaleras, salió de su casa y abordó su coche, no había desayunado pero tampoco tenía hambre, ya desayunaría algo por el camino cuando volviera su apetito. Tenía algunas cosas por hacer, pero, en realidad iba manejando sin rumbo alguno… la idea de su cumpleaños no le entusiasmaba demasiado a pesar de que había recibido bastantes felicitaciones y en la noche se reuniría con sus amigos en un bar para festejar, a él solo le parecía inevitable y a la ves ridículo empezar a pensar en la palabra vejez.
Siguió manejando sin destino preciso, siguió por una carretera que iba hacía un pueblo relativamente cercano a la ciudad, después del ajetreo de las calles siguió avanzando, dio una vuelta y se topó con un camino de dos carriles, en buenas condiciones y con un paisaje maravilloso; la carretera era recta, y a los lados habían arboles enormes, también había sembradíos y el cielo estaba azul solo con unas cuantas nubes vagabundas. Mientras seguía manejando y admirando el paisaje lo invadió una gran desesperación, se orilló en la carretera y comenzó a llorar apoyado en el volante del carro, lloró como hacía tiempo no lo había hecho… tras un momento de llorar desconsolado se calmó, salió del coche para tomar aire, el viento acarició su cara, él se secó la cara con sus manos y miró al frente, había quedado frente a un árbol enorme con un tronco grueso y sus hojas verdes eran agitadas por el aire.
Daniel se quedó inmóvil un rato tan solo mirando al gran árbol mientras era envuelto por una gran tranquilidad, era un sentimiento tal como el que llega tras un cálido abrazo. Dio unos pasos, tocó el tronco del árbol y se sentó bajo sus ramas. Cumplía exactamente 30 años y hacían 8 desde que llegó a esa ciudad con una maleta llena de sueños, unos se habían ido, otros habían mejorado, otros tantos ya habían sido cumplidos y algunos más ya casi los tenía olvidados.
La absurda idea de la vejez se fue de su mente, el vacío que sentía en su corazón por sentirse solo y sin haber logrado nada de lo que alguna vez soñó se desvaneció con el viento fresco… se dio cuenta de que había logrado mucho, de que había aprendido más y ahora estaba frente a muchos nuevos objetivos para perseguir, tenía muchas más aventuras que vivir, muchos sueños que rescatar y también tenía que seguir soñando, ahí bajo ese árbol que tenía más de 100 años de haber sido plantado se dio cuenta de que terminaba una etapa e iniciaba otra totalmente nueva para descubrir, que aún era joven y tenía un largo camino que seguir y se dio cuenta también de que el tronco del viejo árbol era más fuerte que nunca y sus hojas nunca habían dejado de ser verdes .
Siguió manejando sin destino preciso, siguió por una carretera que iba hacía un pueblo relativamente cercano a la ciudad, después del ajetreo de las calles siguió avanzando, dio una vuelta y se topó con un camino de dos carriles, en buenas condiciones y con un paisaje maravilloso; la carretera era recta, y a los lados habían arboles enormes, también había sembradíos y el cielo estaba azul solo con unas cuantas nubes vagabundas. Mientras seguía manejando y admirando el paisaje lo invadió una gran desesperación, se orilló en la carretera y comenzó a llorar apoyado en el volante del carro, lloró como hacía tiempo no lo había hecho… tras un momento de llorar desconsolado se calmó, salió del coche para tomar aire, el viento acarició su cara, él se secó la cara con sus manos y miró al frente, había quedado frente a un árbol enorme con un tronco grueso y sus hojas verdes eran agitadas por el aire.
Daniel se quedó inmóvil un rato tan solo mirando al gran árbol mientras era envuelto por una gran tranquilidad, era un sentimiento tal como el que llega tras un cálido abrazo. Dio unos pasos, tocó el tronco del árbol y se sentó bajo sus ramas. Cumplía exactamente 30 años y hacían 8 desde que llegó a esa ciudad con una maleta llena de sueños, unos se habían ido, otros habían mejorado, otros tantos ya habían sido cumplidos y algunos más ya casi los tenía olvidados.
La absurda idea de la vejez se fue de su mente, el vacío que sentía en su corazón por sentirse solo y sin haber logrado nada de lo que alguna vez soñó se desvaneció con el viento fresco… se dio cuenta de que había logrado mucho, de que había aprendido más y ahora estaba frente a muchos nuevos objetivos para perseguir, tenía muchas más aventuras que vivir, muchos sueños que rescatar y también tenía que seguir soñando, ahí bajo ese árbol que tenía más de 100 años de haber sido plantado se dio cuenta de que terminaba una etapa e iniciaba otra totalmente nueva para descubrir, que aún era joven y tenía un largo camino que seguir y se dio cuenta también de que el tronco del viejo árbol era más fuerte que nunca y sus hojas nunca habían dejado de ser verdes .
No hay comentarios:
Publicar un comentario